sábado, 27 de junio de 2009

Un texto para una imagen..

Mi primera visita al colegio como fotógrafo produjo una pequeña revolución, una avalancha de niños se me vino encima, todos querían ser fotografiados. Inquietos, chillones y curiosos. Todos esperando ser retratados, se perdieron el recreo, de jugar con sus compañeros y de comer su colación.

Son pocas las imágenes que tengo de mis años de escuela, no recuerdo cuáles eran mis juegos, no recuerdo quiénes eran mis amigos. Solo tengo una fotografía de mi primer día de clases. Me pregunto qué tan importante puede ser para un adulto conservar recuerdos de su infancia. ¿Cuántos niños nunca se habrán fotografiado?

En mis visitas a la Escuela Pública 379, varias imágenes se vienen a mi mente. Traté de verme ahí, jugando. Destellos de tiempo en cada disparo. Muchos años atrás yo fui uno de esos muchachos, con el delantal mal abotonado, las mangas sucias y despeinado, o tal vez muy ordenadito, peinado, pero solitario en algún rincón. Esa escuela, esos recreos y ese patio fueron una máquina del tiempo para mi.

Los chiquillos corren de un extremo a otro. Los más grandes están en la mañana; los menores, en la tarde. Muchas cosas hacen en torno a ese patio: el recreo, la gimnasia, las manualidades. El patio es el centro de la escuela. Y la escuela es el centro del barrio. Un centro añoso, de madera una y otra vez pintada, a ratos con toques de modernidad. La campana, silencioso testigo, es la única que conoce a tanto cabro chico que ha pasado por ese lugar. La leche, el perro regalón, los gatos que se pasean por los pasillos. Los canosos profesores indiferentes a la indisciplina de los chicos. Ninguno de ellos se percató que yo solo quería fotografiar mi propia historia, que permanecía aún jugando en ese patio.

sábado, 13 de junio de 2009

lunes, 1 de junio de 2009